Es momento de volver a lo simple y fluir sin ataduras. La naturalidad es nuestra esencia y la hemos ido maquillando con el pensamiento de que progresar es dejar de ser lo que siempre fuimos.
Solía absorberme en la ansiedad de no cumplir con los parámetros que rigen a una sociedad entregada al complejo círculo del consumo, como si fueran los únicos ideales posibles para aplicar a la experiencia individual. Pero ese miedo se ha ido desvaneciendo ahora que vivo en el campo, la montaña transformó mi actitud frente al significado de existir.
Convivir en medio de tantos animales me ha hecho reflexionar sobre el asunto, su vida sin complejidades ni artificios es un reflejo inverso de lo que como humanos nos hemos dedicado a crear: apariencias.
No me gustan los extremos, ni mucho menos agonizo en medio de la corriente de las modas; pero hace un tiempo sí pretendía adornar mi existencia para no desencajar en un modelo que ahora encuentro absurdo. Cuando dejé el molde atrás, recobré la posibilidad de vivir naturalmente.
Ahora, cuando observo cómo las hojas de los árboles se mecen con el viento entiendo qué es la fluidez: una sensación de volar sin caer al vacío, un estado en el que nos sentimos tan livianos que no nos da miedo movernos con fuerza, desprendernos o caer.
Como periodista he sido testigo de realidades ajenas, pero ahora contaré mi historia. Este blog es para compartir una entre las miles de formas de reiniciar nuestra naturaleza.
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